jueves, 3 de enero de 2008

El árbol y un camino

Quería desearles éxitos y felicidad en el 2008, compartiendo; por esta razón seleccioné algunas fotos de nuestras vacaciones de fin de año en Guanacaste.
Ahí -en esa hermosa y candente región- no se ve el amanecer, solo el atardecer como la fotografía de playa Tamarindo. Aunque -en particular-, a mi me gusta más el amanecer, pues abre el día y un camino: el desafío de cada día de vivenciar la contingencia de lo que vendrá y no sabemos nada sobre la cuantía de sus sucesos, pero a la vez tenemos seguridad de contar con agallas para afrontarlos, para buscar algo nuevo que nos regenere en cada recodo, en cada vórtice, en cada ramaje del árbol divisado en ese sendero del cotidiano.
Se trata de compartir, en tanto es un don de Dios para que nos deleitemos todos en hermandad y seguridad de protección, porque él proveerá fuerzas renovadas para conquistar y multiplicar esos dones que nos ofrece -las actitudes del caminante, de quien -como diría el poeta español-, hace camino al andar.



Ahí van los seres que amo, mis nietos Camila y Milton y su madre Dunia, caminan en playa Avellanas, Santa Cruz, Guanacaste. Es un sitio hermoso, la arena bajo nuestros piés que rastrean un sendero, un sentimiento, una pasión, un desafío, como cada ola, y el sol que brilla en la lejanía buscando el borde donde reposar para volver a ser fuente de luz cada mañana.



Me gusta la playa, el mar, pero más disfruto del campo, de caminar por un sendero sembrado de árboles, o más bien donde nacen sin que nadie los plante y su morfología es incierta, porque los ramajes son como brazos que nos permiten hacer, producir con poesía y amar a granel, sin poses, solo con el deseo de abrazar y recoger bajo la sombra a muchas criaturas. Doy gracias a Dios por ese don de amar y de soñar que yo personifico un árbol y un camino.



Mientras caminaba afronté ante mi vista un hato de ganado, me subí al árbol y luego no podía bajar pues sentía temor de la altura. Y es que el árbol provoca una enorme influencia en mi vida, y su energía -que toma de la tierra y la comunica por sus raíces a la atmósfera, al universo-, son un estímulo poderoso para vivir, quizás por ello no quería bajar pues desde la altura de sus ramajes logré ver un escenario distinto, que siempre me cautiva.



Me encanta hacer camino sin meta fija, ir descubriendo en los recodos alguna memoria perdida, una sensación que perseguir tras el desafío de la vida, de la lucha sin fin. No me gusta buscar el sendero en los mapas, estos son para cuando trabajo, para cuando busco racionalmente y acudo a la teoría; en unas vacaciones, cada vórtice abre un universo diverso e inquietante, por lo que me encanta disfrutar de ese no saber qué, no imaginar que se va a encontrar, voy simplemente tras la la complejidad de ramajes que me ofrecen el árbol y el camino.



Camila, simplemente disfruta de la amaca y de que el abuelo le tome fotos.



Milton, mi nieto, como siempre preguntándose cosas, como por ejemplo, qué hacía ahí, y cuando regresaría a casa en Cartago. El aún no comprende la necesidad de cambiar de ambiente y hacer vacaciones.



Ricci mi hijo, haciendo su siesta bajo lo candente después de almuerzo.